Vértebra Cultural “la columna”

DINAMITAR EL ESPACIO DESDE LAS AGENTAS CULTURALES

Maya Juracan

Contextos, educación y sanación para las mujeres en el arte, el objetivo no se traduce en realizar un evento cultural, más bien ese sería solo un medio para algo más grande. No obstante, la verdadera aspiración es reconocernos unas a otras, en una comunidad autogestionable, para que eso se pueda traducir en libertad.

ANTIBIOGRAFÍA

Historiadora por profesión, artivista por necesidad, curadora de arte por fanfarria, uso el lenguaje visual para comunicar problemáticas sociales, el arte para mi es solo una herramienta para tratar de canalizar las rabias y acuerpar narrativas sociales, por sobre todas las cosas me interesa no olvidarnos del gozo en los procesos artísticos, me gusta andar en patineta por las calles de la ciudad de Guatemala.


DINAMITAR EL ESPACIO DESDE LAS AGENTAS CULTURALES

He dedicado mi vida curatorial a generar espacios para diálogos entre mujeres, y muchas han sido las convocatorias, exposiciones, colectivos que han creado plataformas y medios de difusión para ellas. En estos lugares se han abierto oportunidades cada vez más estables y claras para todas las agentas culturales; esto me hace pensar que vamos por buen camino, ya que el objetivo no se traduce en realizar un evento cultural, más bien ese sería solo un medio para algo más grande. No obstante, la verdadera aspiración es reconocernos unas a otras, en una comunidad autogestionable, porque creemos que eso se traduce en libertad.

Aun así, en esta búsqueda entre nuestra libertad cultural y las formas de gestionar, se nos reveló una gran pregunta: ¿Queremos realmente pertenecer al medio cultural ya existente… o nos inventamos uno donde quepamos todes? Y justo ese fue el punto de partida para empezar una complicidad entre múltiples diálogos, primero con nosotras mismas, y después con el mundo que nos habita.

 

Para llegar a darle sentido a esto, lo primero que debemos entender es que, si no nos sentimos cómodas en el mundo del arte, es porque no está pensado para nosotras, y eso hace que los procesos artísticos se cuestionen desde su materia y producción. En el análisis de Jonh Berger al óleo de 1979 de Thomas Gainsborough, el cual lleva como título Señor y Señora Andrew, se hace una crítica a la postura elitista y clasista de esta pieza; Berger señala que: «La pareja quería aparecer retratada en tierras de su propiedad con el objetivo de definir su importancia social. Solo los propietarios tenían derecho al voto, y la ley castigaba a los cazadores furtivos con la deportación». A partir de esta premisa, se nos dice que la producción del retrato y el paisajismo tiene herencias culturales burguesas, como cuando los reyes y otros mandatarios solicitaban ser pintados o que se retrataran sus territorios. Es en ese discurso que las princesas y reinas eran solicitadas para presentarse como objetos de pertenencia y de posesión, por lo tanto, la pintura en sí misma y la creación de museos tienen un origen burgués; por eso los teóricos marxistas como Berger nos han traído esta reflexión que va muy de la mano con el reflejo respecto a la lucha de género, circunscrito incluso en el feminismo marxista. Esta posibilidad nos habla de la desigualdad del género y como, a su vez, esta se haya íntimamente ligada al capitalismo, la división de clases y producción, pues la subordinación de la mujer se replica ante los intereses capitales.

 

También hay que prestarle especial atención a Silvia Federici quien, en sus textos de teoría marxista, critica el motivo detrás de que el género no fuera una prioridad dentro de las batallas económicas, a pesar de ser un tema bastante abordado, pues las mujeres parecían seguir siendo leídas desde la llamada “historia general”, un término que resulta centralista y eurocentrista. Aquella lectura no era capaz de ampliar la diversidad de historias y contextos en los que una narración puede ser contada. Después Federici propondría comprender la arquitectura del nuevo orden económico a manera de una reestructuración de las instituciones. Sin embargo, luego hay una luz en el feminismo comunitario que propondría que las violencias patriarcales son acarreadas por el sistema de producción y, que desde la comprensión de la tierra-cuerpo territorio, se puede lograr un pacto colectivo de respeto mutuo ante los humanos y no humanos que comparten un mismo territorio.

 

De esta forma entendemos que el mundo cultural, como lo conocemos ahora, ni nos representa, ni nos cuida, tampoco se nos acomoda, pero la negación también elimina las violencias que por tantos años se han generado sobre nosotras; por ello nuestro proceder como agentas culturales, feministas y cualquier rol de mujeres que nombremos, no era contracultural, más bien contraestructural, no es ir en contra del sistema, más bien enfrentarlo en sus errores de opresión y agrietar espacios para cambiar o hackear el sistema. Esto significaba que llegaría el momento en el que íbamos a cuestionar los procesos de abordaje desde las instituciones culturales, hasta nuestros cuerpos femeninos en este. Ahora, hay una certeza de que existir en estos lugares nos da las herramientas para dinamitarlo o en palabras de Linda Nochli: «Un ejercicio de dinamitar la historia». Es así que nuestros cuerpos colectivos serán el activador de nuevas memorias en el espacio que habitamos.

 

Todas las instituciones culturales funcionan en forma capital, por lo que los artistas se presentan como productores de contenido y no como creadores. Estos procesos culturales no son reconocidos por el capital y el capital cultural tiene que ser traducido a capital monetario, esto también abarca Foucault con todo su análisis del poder y por eso es que él propone las ideas del capital simbólico, capital intelectual y capital cultural; pero, lamentablemente esto a su vez siempre se deriva de los privilegios sociales que nos abrazan.

 

Por lo tanto, para que los procesos culturales no nos vulneren; primero, hay que asumirnos como parte del problema. Nuestra manera de entender la historia del arte es un ejercicio capital y de poder, entonces comprender que la historia del arte actual es solo una línea de diálogo en una vía, nos abre y ensancha el camino para muchos procesos más de diálogos colectivos y como propuesta se buscan alternativas para que las creadoras culturales podamos existir en verdadera libertad. Se trata de una libertad capaz de transgredir y permear los espacios a partir de habitar y actuar donde antes no se nos permitía, siquiera participar activamente o pertenecer.

 

Contexto situado para la inclusión de las mujeres en el arte

Cuando se habla de igualdad en los espacios institucionalizados del arte, se asume casi de inmediato que lo que se busca es la presencia física de nosotras, pero en realidad esto es solo un pequeño paso. La verdadera inclusión de las agentas culturales también debe de implicar la afirmación respecto a que las instituciones están cimentadas en la patriarcalización de su espacio y que, por ende, la insurrección de las mujeres es necesaria. Una insurrección de este tipo se refiere a que se pone en disposición de cuestionar todos los procesos que actualmente abraza. A su vez, entender el contexto de la inclusión de la mujer en el arte abarca todas las maneras de abordar cuerpos femeninos dentro del espacio, desde el lenguaje inclusivo y los espacios de trabajo, hasta el mismo análisis de memorias colectivas.

 

Como ejemplo, podríamos referirnos que al introducir mi cuerpo en una colección de arte o un museo debo releer las piezas, conversar de las mismas en el contexto actual, reconfigurar las historias con un ojo feminista, decolonizador y transincluyente. Esto no significa ejercer un acto violento o sacarlas del espacio, sino más bien captarlas en su contexto y también ser capaces de cuestionarlas a futuro, ya que debemos utilizar lo intempestivo a nuestro favor, como una herramienta más de reinterpretación y aprendizajes colectivos.

 

La educación como cúmulo diverso

Es muy frecuente que los cuerpos se sientan abrumados por un exceso de requisitos que persigue la academia, o bien, lo mismo respecto a espacios de arte para convocatorias. Sin duda, esto se debe a que están generados desde centros de poder, me refiero con estos a las academias, la legitimación museística, lecturas eurocéntricas o elitismos blanqueados, que sin siquiera considerar la diversidad de aprendizajes que otros mundos conciben, tienen un evidente y marcado rechazo. Es por eso que, desde la propuesta de reestructuración sistémica, se propone asumir las experiencias individuales como fuentes de conocimiento diverso.

 

En una convocatoria realizada en Guatemala, una artista expuso que nunca había estudiado arte y que por eso sentía la dificultad de nombrarse artista a sí misma, ante este enunciado nosotras propusimos que la “educación no institucional” también es educación. Por supuesto que es válido ver su experiencia como una educación legitimadora y poderosa. Un ejemplo de esto es el caso detrás de las mujeres surrealistas de Comalapa las cuales afirman, desde la voz de la artista Maya Kaqchikel, Paula Nicho Cumez, que ellas se habían convertido en artistas después de aprender su don de las mismas madres y abuelas. A lo que se refiere este título es que hay diversas formas de aprendizaje y todas son válidas; los currículos que tanto se solicitan en espacios de convocatorias deberían asumir el aprendizaje colectivo, comunitario y diverso como fuente, sobre todo siendo Guatemala tan deficiente en educación artística académica, pues hay que entender que son los espacios independientes, autogestionables, colectivos y hasta los dones heredados los que forman a los artistas en la actualidad. Claro que hay una relevancia en la proximidad con la academia, pero no es una formación absoluta que goce de exclusividad para la confrontación del arte, sobre todo en un plano contemporáneo tan amplio y rico en diversidad creadora.

 

Lo intergeneracional e interseccional en los espacios de toma de decisiones colectivas

Eliminar los ejercicios de verticalidad en las instituciones debería ser una constante contemporánea. Suele asumirse como utopía, pero es necesario plantear caminos colectivos en los que las decisiones puedan asumirse de forma común, más horizontal. La propuesta se traduce en generar mediadores, en lugar de direcciones o puestos de poder. Estos mediadores se ponen al servicio de las causas colectivas, su trabajo es la comunicación y las gestiones en común, asimismo también proveen un lugar transitable, es decir, no proponen solo un lugar permanente. Como feministas debemos asumir que todos los procesos son transicionales y, como seres, también trabajar y reconocer el trabajo intergeneracional es vital para la memoria colectiva.

 

Hay un valor enorme en reconocer el trabajo y los contextos de nuestras ancestras y, cuestionarlas desde la ternura radical, es otra de las herramientas que tenemos para honrar sus procesos. De esa manera también se busca que las nuevas generaciones abracen la idea de que la historia colectiva la construimos todas.

 

El arte como ejercicio de recuperación del tejido social y la sanación colectiva

Mucho se ha hablado del arte socialmente comprometido, del arte terapia u otros términos que se asumen desde la necesidad estratégica del arte y sus categorías, pero hay implícita también una necesidad que propone generar los procesos artísticos como una herramienta de sanación, en su máxima repercute la búsqueda de hacer de nuestros espacios, ambientes que estén en constante dignificación de crear un lugar seguro.

 

También hay disertaciones respecto a que, como feministas, se nos exige un lugar seguro, pero entre el adjetivo y la acción persiste una falacia de estos recintos, pues esta “seguridad permanente” nos impide la evolución conforme a las nuevas prácticas sociales y cambiantes. Lo que requerimos como lugar seguro también implicaría que se asuma en que todos los miembros participantes estén en la misma categoría o nivel de sensibilidad, o mejor aún, asumir que la seguridad colectiva no es un ejercicio jerárquico. Es por eso que la propuesta va en dirección al ejercicio emancipatorio de la categoría que establece que, para ser un espacio, se debe hacer un verbo y no un adjetivo, es decir, debe de ir en constante búsqueda de dirigir la energía social al bienestar colectivo, con todo lo que ello implique.

 

Esta búsqueda de nuevas herramientas para pensarnos diferentes dentro de los lugares y no solo asumir la posibilidad de transformarlos, es controvertido e incómodo, porque implica asumir las violencias en ellos y la capacidad de cambio para evidenciar situaciones que antes dábamos por verdades absolutas. Asimismo, pensarnos a nosotras mismas como piezas que no se acoplan a los sistemas ya institucionalizados y que existen así, en lugar de dinamitar y fragmentar, espacios para colectivizar opiniones, dificulta nuestra participación activa y creadora. Estos son apenas los primeros pasos para abrazar y resistir; esto es acerca de tener un momento coherente con nuestras necesidades como sujetas en demanda de estos espacios, y en uso de nuestras voces y cuerpos.