Vértebra Cultural “la columna”

DramaturgAs así con «A»

Génesis Ramos

Son conocidos los nombres de los dramaturgos guatemaltecos. Pero ¿dónde están los de las dramaturgas? Se cree que fue Sor Juana de Maldonado y Paz hace quinientos años, en la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santiago de los Caballeros, hoy Antigua Guatemala, quien dio inicio a la dramaturgia centroamericana. Y junto a ella se despliega un abanico de otras escritoras cuya vida y obra aún permanecen en el olvido. Que este artículo sirva como evidencia de los nombres de esas mujeres que, incluso teniendo todo en contra, le apostaron al arte y la cultura como forma de vida.

ANTIBIOGRAFÍA

El teatro se cruzó en mi camino una tarde a mis quince años, cualquiera diría que, por casualidad, pero no creo en las casualidades. Sin embargo, una cosa llevó a la otra… Sé que fui actriz porque quise vivir muchas vidas. Con el tiempo me di cuenta de que el juego de la actuación y la lectura/escritura es muy similar porque en ambos imaginas, experimentas y te cuestionas. Quizás por todo eso sigo escribiendo. Quizás por todo eso aún permanezco.


DramaturgAs así con «A»

Ingreso a Google y escribo «dramaturgas guatemaltecas», en la primera búsqueda me aparece un enlace de Wikipedia que me despliega los nombres de los ya conocidos dramaturgos: Manuel José Arce, Hugo Carrillo, Manuel Galich, Carlos Solórzano… Hago clic en el segundo enlace, de pronto un poco más completo… Es una pequeña nota de Prensa Libre donde informan a la población de murales que se realizaron en 2015 afuera del Teatro de Bellas Artes, con el objetivo de homenajear a distintos escritores del ámbito teatral guatemalteco. Entre estos figuran cinco reconocidas escritoras. De aquellos murales que ocho años después ya se están descascarando ¿por qué sólo figuran cinco mujeres entre nueve hombres? Pero, peor aún, ¿por qué entre las búsquedas que realicé sólo en una aparecen nombres de dramaturgas? 

Recuerdo que cursaba el diversificado cuando escuché por primera vez la palabra «dramaturgo», su sonido me cautivó. Sin saber qué significaba, le consulté a una maestra, ella me comentó que aquel oficio consistía en escribir obras para el teatro, y que en Guatemala había pocas dramaturgas. Con el tiempo me di cuenta de que aquella aseveración era falsa. En el país, existen muchas mujeres que se han encargado de escribir sus propias historias y llevarlas al teatro, pero la historia las ha olvidado. 

El camino se empezó a trazar hace quinientos años en la muy noble y muy leal Ciudad de Santiago de los Caballeros, hoy Antigua Guatemala. Es probable que Sor Juana de Maldonado haya sido la precursora de la dramaturgia centroamericana con su obra el Entretenimiento en Obsequio de la Guida a Egicto. En 2002, la escritora Luz Méndez de la Vega realizó un ensayo titulado La amada y perseguida Sor Juana de Maldonado y Paz, en donde asegura que el escrito debe clasificarse como teatro, dada su estructura. Sin embargo, en 2014 la investigadora Coralia Anchisi de Rodríguez de la Universidad Francisco Marroquín ofreció la conferencia «Sor Juana de Maldonado: reescribiendo su historia» donde aseguró que dicha obra se trataba de un acto puramente musical. Aun así, se sabe que dada la época las religiosas tenían derecho a escribir temas exclusivamente religiosos. Por lo tanto, esta obra podría enmarcarse en ambas categorías, tanto las pastorelas, los autos sacramentales o los viacrucis, no excluyen una de otra. Comúnmente están acompañadas de representaciones de algún pasaje bíblico y de canciones alusivas al tema. 

Ciento veintiocho años después nace María Josefa García Granados en España y quince años después se asienta con su familia en la Ciudad de Guatemala. A María Josefa también se le conoció como «La Pepita». Y tanto le temían los hombres de la época que, incluso, le llegaron a diagnosticar histeria. Pese a esto, ella no se dejó vencer. Dejó registro de intentos teatrales con el Boletín del Cólera Morbus, donde se burla de la ineficiencia de los médicos y las autoridades para combatir la epidemia que en 1837 afrontó el país.

Cuando Vicenta Laparra tenía diecisiete años, murió Pepita. Y tras diez años en el exilio regresó a Guatemala con diecinueve años. Luego de brindar un concierto en beneficio al Teatro Nacional (que más adelante pasaría a llamarse Teatro Colón), fue seleccionada como la primera dramaturga para representar su drama El Ángel Caído. Antes de esta obra los artistas nacionales no podían actuar en este recinto, únicamente se reservaba para representaciones de zarzuelas, óperas y operetas de artistas extranjeros.

De esta época damos un salto a la dictadura de Jorge Ubico. Durante estos años, la actividad teatral era muy escasa, pero a pesar de eso, María Carmen Escobar estrenó en 1938 la comedia Un loteriazo en plena crisis, obra que hasta el día de hoy sigue siendo considerada de las más taquilleras en la historia nacional. De 1945 a 1960 el Estado asumió el papel de patrocinador de las artes, y el teatro tomó un singular auge. Durante este período destaca, Marilena López, como escritora, dramaturga, titiritera, ensayista, actriz y productora. Entregada a la literatura y el teatro infantil se encargó de autofinanciar los primeros números de su Revista Infantil Alegría, la cual logró alcanzar un total de diez mil ejemplares. Varios autores que colaboraron en esta revista con el tiempo publicaron su obra individual en el género infantil. 

En los años setenta y ochenta, si bien la calidad del contenido teatral no decayó, sí existía una represión y censura, dirigida hacia lo que se escribía como hacia los montajes. Las mujeres que influyeron grandemente a la dramaturgia de esta época, fueron: Ligia Bernal con sus obras Tus alas Ariel, Su majestad el miedo y Juguetelandia; María Luisa Aragón se desempeñó en la narrativa y en la dramaturgia, siendo en esta última en donde obtuvo menciones honoríficas por obras como La gente del palomar. Luz Méndez de la Vega, se le recuerda más como poeta, pero también dedicó una parte de su vida a la actuación, con diversas participaciones en el grupo teatral GADEM. Su producción dramatúrgica se conserva en el libro Tres rostros de mujer en soledad: monólogos importunos. Margarita Carrera experimentó diversos géneros como la poesía, la novela y el ensayo, pero también escribió una obra de teatro titulada El circo. Samara de Córdova radicada en Colombia trabajó en una gran cantidad de telenovelas, pero también se dedicó a la escritura de narrativa y dramaturgia, entre estas destaca el monólogo El mundo de Marian Durán

Desde finales de los años noventa hasta la actualidad las voces que se perfilan entre la nueva dramaturgia son: Eugenia Gallardo por su obra El jurado de las cuatro grandes; Sophia Mertins, galardonada con el II Premio Nueva Dramaturgia Guatemalteca, otorgado por el Centro Cultural de España en 2010 con la obra Todos los loros se llaman igual; Margarita Kenefic, actriz de teatro y cine, obtuvo Mención Honorífica en el II Premio Nueva Dramaturgia Guatemalteca en 2010 por la obra Ellos están vivos; Vanessa Hernández ganadora del IX Concurso Internacional de Dramaturgia Femenina «Resistencia Cultural» 2020 – 2022  con Las horas vacías; y Yara Contreras con su colección de microteatro Semana. 

Cabe destacar que existen muchas mujeres que escriben y hacen teatro. Sin embargo, sus obras siguen sin estar publicadas porque la publicación de teatro sigue siendo compleja y muchas prefieren directamente ponerlas en escena. 

Así es como el mapa de la dramaturgia en este territorio se sigue trazando. Territorio convulso, territorio madre, territorio palabra. Palabra que olvidan… Porque es más fácil olvidar que apalabrar la memoria. Esta memoria que a tantas nos sigue forjando. Por eso escribo, por eso hoy las nombro para que quede evidencia de sus nombres. Para que a ninguna nos anule el tiempo. 

 

 

 

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Fernández Molina, M. (1996). La actividad teatral en Guatemala en la primera mitad del siglo XX [Archivo PDF]. View of La actividad teatral en Guatemala en la primera mitad del siglo XX (ku.edu)

Morales Barco, F. (2015) Marilena López y la promoción del teatro de títeres en Guatemala. Ciencias Sociales y Humanidades, 2 (2), 71-84. https://doi.org/10.36829/63CHS.v2i2.134

 

 

 

 

 



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