Vértebra Cultural “la columna”

El amor en tiempos del feminismo

Carla Natareno

Amar siempre ha sido un ejercicio desigual para las mujeres y para los hombres. Lord Byron dijo en una ocasión: El amor para los hombres es un pasatiempo, mientras que para las mujeres es su vida entera. Aunque estas palabras tienen más de cien años, las mujeres siempre vamos a encontrar una dificultad para amar, puesto que estamos educadas para cumplir el mandato social que nos han impuesto. Ahora, aunque las cosas han cambiado y el feminismo nos ha marcado, también representa una dificultad porque demandamos relaciones más equilibradas, y el sistema machista no está listo para esto. Pero, debemos conocer el contexto de nuestra relación para disfrutar del romance, el placer y de todo el bienestar que nos da la oportunidad de amar y ser amadas.

ANTIBIOGRAFÍA

Desde niña fui aficionada a la lectura, y sin saber bien cómo explicarlo el feminismo siempre me llamó la atención, así que la lectura me acercó a la literatura y a los temas de género. Fue así como llegó a mis manos el libro El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, un libro que me cambió la vida, y desde entonces, he compartido con otras mujeres lo que he aprendido de él. Tanto Beauvoir y otras feministas, me han enseñado que este movimiento es hermoso y me ha ayudado a ser la mujer que he soñado. Me molestan mucho las injusticias machistas y creo que la educación es el arma más poderosa para combatir el patriarcado que ha herido y marcado no solo a mujeres, también a la comunidad diversa y a los hombres. Soy una persona que disfruta de la lectura, de la música, de aprehender, tejer, tener buenas sobremesas con la familia y amigas. Me gusta respetar la naturaleza y soñar despierta. Y tengo el vicio de acumular libros.


El amor en tiempos del feminismo

Declararse feminista en un país tan machista como Guatemala pareciera un riesgo, porque la cantidad de prejuicios que hay sobre el movimiento son tan infinitos como absurdos. Dentro de esos prejuicios existen muchos, relacionados con las mujeres modernas y su postura frente al amor. 

He escuchado a muchas personas cuestionar a una feminista cuando llora por un hombre, porque comete errores en su relación, o porque espera un detalle romántico. Y todavía dicen cosas como: ¿no que muy feminista?

Pero vamos por partes. Todo el sistema, todo nuestro entorno, nos ha dicho desde que somos pequeñas que, para recibir buenos tratos, hay que gustar, y de ahí viene la importancia del aspecto físico. Que debemos ser calladas y sentarnos de cierta manera, o no subir de peso para no ocupar tanto espacio. A obedecer sin cuestionar. 

En series de televisión, películas o en canciones, nos han enseñado que la escena donde esperamos junto al teléfono la llamada o el mensaje es la norma. Se nos ha enseñado que fijarse en una persona es para enamorarnos (a veces solo es para una noche, pero nos insisten que es para enamorarnos, porque de lo contrario somos unas perdidas) y que, en ocasiones, esa persona te va a hacer sentir mal porque es una señal de que le gustas. Nos han inculcado que hay que luchar por una relación aún cuando ya todo está roto. 

Así que, crear una nueva identidad a partir del feminismo es una pelea interna muy fuerte. Lo que creímos que era normal, deja de serlo. Esa idea que una mujer feminista tiene que ser fuerte y sin oportunidad de llorar, es un estereotipo tan tóxico que daña. 

Formar identidad lleva años y mucho trabajo. Tener una, dejarla atrás para formar una nueva, también lleva mucho esfuerzo. Pero cuando el feminismo llega a la vida de una mujer no hay vuelta atrás. Mientras somos feministas, estamos aprendiendo a serlo. ¿Entonces por qué nos juzgan? ¿De dónde sacaron la idea que una feminista debe ser perfecta? No lo somos, somos humanas y dentro de nosotras se mueven un sin fin de pensamientos, sentimientos, hormonas y sensaciones que poco a poco contribuyen a ser las personas que somos. 

Durante el proceso de adoptar el feminismo, la idea de ese amor romántico vive un poco en nosotras, puesto que llevamos años cargando con la creencia de que, para amar, hay que dar de manera desbordada y también porque se nos enseña que hay que amar a todos, menos a nosotras mismas. Así, lo que tenemos dentro de nosotras se combina: la idea de ese amor convencional y los nuevos pensamientos que nos hacen cuestionar y exigir (dos posturas que incomodan).

En ese recorrido, las mujeres hemos aprendido a no sobreestimar un buen trato, puesto que es lo que merecemos, o a decir lo que no nos gusta.  Ahí es donde los hombres nos dicen que somos dramáticas, exageradas o lo más reciente: que somos intensas, como si fuera algo malo. Estas palabras no son por decir. Tienen su peso, su poder y una dosis de manipulación. De esta manera cuestionan lo que sentimos, hasta el punto en que creemos que sí somos exageradas y minimizamos su impacto. Pero, cualquier situación que nos haga sentir mal o incómodas no es una exageración, si molesta es por algo.

Por años, a los hombres les han dicho que en las relaciones amorosas tienen poder y lo quieren seguir ejerciendo. Aunque una mujer diga que no, en cualquiera que sea el caso, los hombres no se conforman, no escuchan una negativa, escuchan un reto. Si una mujer se niega a hacer una posición sexual el hombre no concibe un no, y dice cosas como “es que no lo has hecho conmigo” o “conmigo sí te va a gustar”. O bien, si una mujer no quiere salir con alguien, el hombre no puede entender una negativa y bombardea con preguntas asegurando que ella está equivocada. En estos ejemplos, o en otras situaciones, el hombre por fuerza quiere seguir ejerciendo su poder y obligar o manipular a la mujer para que siga dando algo que no quiere dar. 

La escritora, guionista, directora, comediante y activista feminista Malena Pichot, en uno de sus stand up, asegura que toda las mujeres hemos sido obligadas a tener relaciones sexuales, porque ante la interminable insistencia de los hombres, las mujeres ceden creyendo que es más fácil aceptar antes que lograr que los hombres entiendan que se tienen que ir. 

Además, vemos esto tan normal que no solo subestimamos nuestros cuerpos, sino también nuestro placer, porque nos han enseñado que está destinado para el otro. Está bien que ellos sientan placer, pero exigirlo o demandarlo para nosotras está mal. Por eso muchas mujeres caen en la trampa de fingir. Nadie nos ha enseñado a fingir un orgasmo, pero todas sabemos como hacerlo. Y esa enseñanza, también está en nuestro entorno, fingimos en lugar de pedir lo que también nos corresponde. 

¿Por qué estamos dispuestas a permitir que otro se la pase bien mientras nosotras fingimos? Pareciera que cuidamos más su bienestar que el propio. ¿Qué es lo que esta sociedad nos ha enseñado? ¿Que debemos anularnos? y ¿Que no merecemos sentir placer?

Y cuando por fin expresamos lo que nos gusta o no, lo que estamos dispuestas hacer, nos tachan de locas, ninfómanas, intensas (qué básicamente es el nuevo ¡exagerada!) o simplemente nos ignoran. No hay nada más sano y un verdadero acto de madurez, que escuchar a la otra persona, conocerla y hacer valer su palabra y la propia. Pero pareciera que muchos hombres creen que somos unas locas feminazis.

El machismo también los daña. A diferencia de nosotras que podemos hablar con nuestras amigas de cualquier tema sin temor de parecer vulnerables, los hombres no pueden, ni deben hablar de sus sentimientos, porque si lo hacen también reciben comentarios despectivos como “ya empezas con las maricadas” o “qué huevos los tuyos”. También hay relaciones de poder entre ellos, donde se impone lo que se considera ser muy macho o un hombre muy masculino. Esto provoca que sigan obedeciendo a los mandatos que el entorno y la sociedad también les exige: ser unos machos insensibles que todo lo saben y que no se equivocan.

Así que, si sienten algo por alguien, posiblemente lo guarden para sus adentros y puedan parar su propio proceso de sensibilización o de ser lo que en realidad quieren ser. 

El ghosting, parece que es una de las maneras más comunes en la actualidad de “terminar” una relación. Para un grupo de feministas argentinas, es otra manera de violentar a las mujeres. Si bien es cierto, que las mujeres también recurren a esta mala práctica, es más común en los hombres y esta tendencia surge después del movimiento Me too o después de las peticiones masivas de legalizar el aborto en diferentes países de América Latina. Hasta me atrevería incluir esta tendencia, después del famoso performance que creó el colectivo La Tesis, Un violador en tu camino.

Según este grupo de mujeres, después de estos movimientos tan fuertes donde se expresaron demandas válidas, muchos hombres no solo se incomodaron, sino que también se enojaron al ver a las mujeres hablando de sexualidad y sobre tener el control de sus cuerpos. Luciana Peker, periodista especialista en género en Argentina, asegura que el ghosting es otra manera de dañar y desacreditar a las mujeres, es una práctica legitimada de manera global, no se trata de un hecho aislado, es una tendencia. Para ella, desaparecer, es una forma de venganza, porque lo que no se puede hacer a través de la palabra o la violencia física, se hace desapareciendo, lastimando a las mujeres y desacreditando sus sentimientos y demandas.  Los hombres, de esta manera, pueden dañar a las mujeres sin recibir una sola consecuencia. Convirtiéndose en otra manera de tener ese control en las relaciones: si demandas algo desaparezco. Por eso muchas mujeres se ven atrapadas en una relación donde el hombre tiene la última palabra (independientemente si es casual o no), donde ellas callan para no perder y no pecar de intensas al demandar algo que merecen tener. 

Así que amar en tiempos de feminismo tampoco parece fácil. ¿Cómo podemos encontrar el equilibrio entre esa educación instaurada desde hace tantos años con las posturas que ofrece el feminismo?  Para empezar, no debemos de escuchar esas voces que creen que tienen el derecho de juzgarnos por ser feministas y tener que cumplir con el estereotipo de esa mujer casi sin sentimientos que los prejuicios sociales han formado.

Y a veces, o en muchos casos, esas voces vienen de nosotras mismas. Hay que dejar claro algo: nadie es un fraude para el feminismo. Tenemos derecho de enamorarnos y equivocarnos, de querer ver Barbie en el cine, de leer a Jane Austen y fantasear con el señor Darcy, de querer tener un bebé y arroparlo, o dejar que un hombre maneje el carro. Eso no nos hace ni mejores, ni peores feministas. No hay manera de calificar algo así, porque lo que hace el feminismo es darnos una serie infinita de herramientas para pensar qué es lo que queremos, para sentirnos cómodas y seguras de nuestras convicciones.

El feminismo nos da el poder de decidir, de conocernos, de enseñarnos el camino que merecemos para nuestra vida y también nos enseña a indignarnos ante las injusticias machistas. No debemos de ser tan severas con nosotras mismas, porque el feminismo no debe doler, no es para medirnos, es para aprender.

Me encantaría tener la receta para que muchas mujeres amemos y seamos amadas desde el feminismo, pero no la tengo. No sé si la podré encontrar, siempre nos vamos a atravesar con personas que se reirán de nuestras convicciones, que van a desacreditar diciendo que somos exageradas. Pero se me ocurren dos cosas: aprender a amarnos a nosotras mismas y no dar de manera desbordada. 

Después de tanto analizar y pensar cómo lograr mantener el equilibrio, regreso a un elemento muy básico: el instinto. Podrán pasar décadas, las tendencias pueden cambiar y vamos a encontrar muchas teorías. Pero el instinto hay que escucharlo -también nos han enseñado a dudar de él- pero no suele equivocarse. Hay que despertar esa voz dentro de nosotras.